Comentario
El franciscano gerundense Francesc Eiximenis, que escribía en pleno siglo XIV, dividía a los hombres de las ciudades en tres manos o sectores: la "má major", la "má mitjana" y la "má menor". La má major era el patriciado, es decir, la aristocracia del dinero, cuyos orígenes cabe situar en los negocios comerciales y financieros del siglo XII y comienzos del XIII. Se trata de unos hombres que muy pronto vincularon su suerte a la de la monarquía: ayudaron a las maltrechas finanzas de Pedro el Católico, colaboraron con los jerarcas de la nobleza y la Iglesia a garantizar el gobierno y la estabilidad política durante la minoridad de Jaime I y contribuyeron con sus recursos a las conquistas mallorquinas y valencianas de Jaime I. A cambio de esta colaboración con el poder real obtuvieron privilegios mercantiles y libertades políticas, que se concretaron en el gobierno de las ciudades, una jurisdicción propia en el ámbito comercial (los consulados de mar) y la formación o dirección del brazo real en las Cortes.
Con el gobierno de Pedro el Grande, y superada en Barcelona una revuelta popular (revuelta de Berenguer Oller), la preeminencia política de las familias del patriciado se consolidó en las Cortes de 1283. Desde entonces, pero especialmente durante el siglo XIV, estas familias de antiguo origen, enriquecidas con el comercio y las finanzas, junto con otras, de fortuna más reciente, procedentes del mundo de los negocios y de las filas de la administración real, constituyeron un grupo cerrado (los ciutadans honrats), especie de nobleza urbana dedicada al gobierno de la ciudad (a pesar de ser un grupo minoritario ocupaban por privilegio la mayor parte de las magistraturas) y a la inversión en el sector rentístico. Poseedoras de fortuna monetaria, estas familias compraban inmuebles, tierras, señoríos y títulos de deuda pública de los municipios, además de invertir, generalmente a través de terceros, en el comercio y el transporte naval. En la conselleria, es decir, el órgano ejecutivo del gobierno de la ciudad de Barcelona, en 1274, había 2 ciudadanos, 1 mercader, 1 artista y 1 artesano, y en el Consejo de Ciento, órgano consultivo, había, en 1338, 63 ciudadanos, 9 juristas, 8 mercaderes, 5 notarios, 2 boticarios y 12 artesanos.
Por debajo de los ciudadanos honrados o ricos hombres se encontraba el grueso de las familias de los negocios, los mercaderes, banqueros, hombres de profesiones liberales (notarios, juristas) y artesanos de oficios particularmente importantes (oficios artísticos). Era la má mitjana de la clasificación de Eiximenis, que tenía en los mercaderes al sector más dinámico y representativo. Los más importantes invertían en la industria naviera, se especializaban en el tráfico marítimo y participaban activamente en el comercio internacional por las rutas del Mediterráneo, Europa y los países nórdicos. Al decir de Eiximenis, hijo de mercaderes, sus capitales y negocios eran "vida de la tierra, tesoro de la cosa pública y manjar de los pobres", porque sólo ellos eran grandes limosneros, y no deja de ser cierto que, con sus actividades, los mercaderes impulsaban la producción de los sectores primario y secundario (suministraban materia prima, daban salida a excedentes), contribuían al gran desarrollo de la banca, colaboraban con limosnas en la construcción de los grandes edificios religiosos de la ciudades (catedrales góticas y conventos) y embellecían las ciudades con obras del gótico civil (residencias particulares y edificios públicos).
Al servicio de estos mercaderes importadores y exportadores, o en conexión con ellos, trabajaban pequeños mercaderes que se dedicaban al tráfico interior, en ferias y mercados, notarios, banqueros, patrones de naves, cónsules, etc. Buen observador, Eiximenis desaconseja que los mercaderes se dediquen a la política y a la inversión en deuda pública, actividades a las que se inclinaban en el siglo XIV, y recomienda que se concentren en los negocios, para lo cual pide a los gobernantes que les concedan desgravaciones fiscales y protección. Las lonjas góticas de las principales capitales de la Corona de Aragón, donde los mercaderes se reunían para discutir sobre la marcha de los negocios, y, en cierto sentido, dirigir la política económica de la Corona, constituyen un testimonio de la pujanza de esta clase social.